Los riads y los jardines de la Alhambra.

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Los riads y los jardines de la Alhambra.

Los riads y los jardines de la Alhambra.

En el mundo musulmán, el jardín tiene una dimensión casi sagrada

El gusto por la naturaleza en Marruecos está ligado al gusto por la contemplación. Consideramos como bella la vida y el orden. El mundo ordenado, el ciclo de las estaciones, la luna que marca el ritmo de los meses, la presencia del sol durante el día. La vida nace del agua y se desarrolla alrededor de ella, de los pozos, de los sistemas de irrigación, de la manera de hacerla aparecer, de la manera de hacerla discurrir por las acequias, de la realización de los estanques.
El arte de los jardines en Marruecos es el resultado de una mezcla entre el orden, la geometría de los caminos o fuentes, y el interior de los parterres plantados donde la vegetación está abandonada a los caprichos del agua.
La recompensa del paraíso que nos presenta el Corán es un jardín.
La descripción del paraíso prometido consiste en “un jardín cerrado en el que circulan ríos de agua que no se seca jamás, ríos de vino, ríos de leche que nunca se altera el gusto, ríos de miel pura, todo tipo de frutas y el perdón de los pecados” (asura 47). “Aquellos que creen y practican las buenas obras tendrán el derecho de entrar en los jardines regados por ríos de agua, vivirán eternamente…” (asura 4). En el Corán existen varias referencias al jardín prometido que nos permiten precisar su forma: el paraíso es un jardín geométrico cerrado por sus cuatro lados. Del centro manan cuatro ríos que lo dividen en cuatro partes en las que se encuentra una naturaleza frondosa reservada a los placeres. En él reina una primavera permanente.
El jardín musulmán propone imágenes positivas, placeres y delicias, el susurro del agua, la sombra dada por el frescor de las hojas, los perfumes y colores de las flores, la música y el juego de los pájaros. El modelo de base del jardín musulmán es el riad, compuesto por un muro periférico, un centro y la división en cuatro parterres. La fuente del estanque que ocupa el centro representa la fuente de la vida. El jardín es la representación de la vida y del universo. En el mundo musulmán donde la religión esta íntimamente ligada a lo cotidiano, el jardín toma una dimensión casi sagrada. Su geometría es una manera de relacionar el orden musulmán al desorden aparente del mundo exterior.
El jardín islámico adopta la tradición oriental que le fija reglas imprimiéndole el modelo geométrico. Así se crea el modelo de riad, reflejo del paraíso sobre la Tierra.
Marraquech es la ciudad jardín por excelencia. Al menos lo fue hasta los años cincuenta del siglo pasado, habiendo preservado los grandes jardines periurbanos de la época almohade: el Agdal, de 440 hectáreas de superficie, constituye el testimonio imponente de jardín que une, de una manera sabia, el jardín típico de producción con el jardín lúdico que funde los pabellones de reposo con los grandes estanques utilizados para el regadío. Junto a esto se conserva parte del olivar de la Menara, también del siglo XII, de la época de los almohades.
Estos grandes conjuntos se extienden al sur y al oeste de los extramuros de la ciudad y al norte, entre ésta y el río Tensift, se desarrollaba toda la zona de jardines privados, reagrupados hoy en día en lo que llamamos el Palmeral, que ha pasado de 16.000 a 6.000 hectáreas, a causa de la invasión fortísima de la nueva urbanización. Estos jardines privados, llamados ynanet, servían a sus propietarios como lugar de recreo, con sus pequeños pabellones.
Esta mezcla de jardín placentero y aquel de producción agrícola responde a una antigua tradición que ha sorprendido a muchos escritores y viajeros como André Chevrillon que, decía: “Detrás de cualquier muro de tierra nos encontramos con un paraíso privado escondido, jardines de olivos, con palmeras y flores, rodeando pabellones para la siesta y la música”.
Más de la mitad de la superficie intramuros de Marraquech estaba ocupada también por jardines denominados arzat, que constan de plantaciones productivas y de una zona destinada a vivienda.
Sin embargo me centraré en el jardín por excelencia de Marraquech, el riad, que describe así J. Galloti: “Un jardín rectangular, cercado por altas murallas que cuenta en sus extremos opuestos con los cuerpos de los edificios enfrentados. Construido como una dar (casa) cuyo patio interior se fue alargando para dar paso a la luz, a los árboles y a las flores…”
Un riad es, en su origen, un jardín cerrado dispuesto según un modelo preciso (cuatro parterres alrededor de una fuente), jardín que es parte o anexo de un conjunto de edificaciones, casas o palacios con varios patios.
En Marraquech, el nombre “riad” tiene un significado particular que designa a la casa en la que el espacio central está abierto al cielo y se presenta arbolado. Sin duda, es una de las particularidades de esta ciudad haber usado como modelo de hábitat el principio de jardín cerrado, y no como en Fez donde solo lo encontramos como un espacio de prestigio reservado a las grandes casas. El riad está constituido por dos cuartos o habitaciones principales enfrentadas de forma rectangular y protegidas por una galería de arcadas que crea una zona sombría. En los otros dos lados hay sendas galerías en arcada que en el eje menor –considerando el eje mayor el de las habitaciones o ejes principales– se sitúa una fuente mural enfrentada a una habitación de pequeña proporción abierta que llamamos bhu (iguan). En la fuente encontramos la llegada del agua encuadrada por una decoración mural realizada en tadellakt, una especie de estuco de cal, o bien una decoración de zellij, mosaico cerámico, con un estanque de agua con capacidad suficiente para almacenar la necesaria para la irrigación del jardín. Los caminos se cruzan en ángulo recto en el centro del patio y dividen el jardín en cuatro partes iguales. El punto central siempre se encuentra simbolizado por una fuente de mármol, en la que el agua surge y rebosa. Esta fuente, como en el caso del palacete Dar Si Said, está cubierta por un quiosco de madera.
El riad tradicional nunca tiene un piso superior. En el patio, abierto, la presencia es vegetal, aunque la tendencia actual consiste en suprimir los árboles y pavimentar el suelo. Los patios conservan la estructura de cuatro jardines alrededor de una fuente central, incluso en aquellos de pequeñas dimensiones.
Las investigaciones más recientes indican que el riad ya existía en Andalucía antes de desarrollarse en Marraquech. En esta ciudad, las primeras trazas de riad han aparecido en las excavaciones arqueológicas del Palacio Abi Ben Yussef, al pie de la mezquita de la Kutubia. No sorprende la influencia de la cultura y del arte de Al Andalus en las construcciones arquitectónicas del hijo de Yussef Ben Tachfin, fundador de Marraquech.
No se tiene constancia de la existencia de un riad urbano de origen almohade o meriní, ya que no se dispone de un inventario exhaustivo del patrimonio de la medina, ni de una carta arqueológica en la que basarse científicamente para establecer una tipología histórica y evolutiva de la medina de Marraquech. Sería bueno que los investigadores contribuyeran a completar un estudio riguroso sobre los riad de Marraquech.
Las épocas saadí y alauí han dejado algunos testimonios datados de la construcción de riad en la medina. La mayoría de las viviendas han conservado su estructura original, ya que eran reconstruidas dentro de los límites existentes y sobre los cimientos de sus precedentes, conservando el trazado de las calles y la distribución parcelaria. Las parcelas de Marraquech, en comparación con las de otras medinas, son más extensas y parecen mejor adaptadas a las proporciones de un riad.
Los riad en Andalucía, los jardines de la España musulmana, han llegado a nuestros días en la mayoría de los casos profundamente alterados en su estructura durante la época renacentista. El jardín cerrado de plano cruciforme ha existido en Andalucía desde el siglo X en la Casa del Mármol de Medina Azahara. Este tipo de disposición la encontramos también en la Aljafería de Zaragoza, construida en el siglo XI, donde dos edificaciones se encuentran separadas por un riad en el que se puede interpretar sin problemas su trazado.
Cerca de Murcia, en las ruinas del Castillo de Monteagudo, construido en el siglo XII por Ibn Marabich, la estructura del riad es claramente visible.
El ejemplo sin duda más conocido es el Patio de los Leones en la Alhambra, que ha dejado de ser un riad y que seguramente estaba plantado con naranjos y flores, que aunque hubieran limitado la contemplación de las yeserías, habrían permitido durante el mes de marzo, oler a azahar y escuchar con vigor el canto de los pájaros.
Faissal Cherradi
AFKAR/IDEAS, PRIMAVERA/VERANO 2006 (pág. 96-98)